lunes, 10 de noviembre de 2008

miércoles, 1 de octubre de 2008

1 octubre 2008

10:00 Mensa

Y al fin Erasmus.

Allí estaban, tanto tiempo soñando con ellos, envidiando sus experiencias, su apertura a la vida, a conocer otros lugares, otros amigos...en ese maldito nombre estaban encerrados mis comunitarios y huérfanos deseos de pertenecer a alguna manada sin fronteras, sí, los que pasaron de querer ser boy scout, a ir a un campamento de verano (tampoco era tanto pedir), un intercambio de cartas con los niños de Irlanda del Norte (que lo estaban pasando mu mal por aquella época por lo visto...), con los de Sarajevo (que después lo pasaron aún peor), con el amigo invisible...incluso hice el intento de ir a catequesis (hasta que se me ocurrió decirle a la señorita que no creía en Dios y ella me invitó a largarme de allí..), más tarde vinieron los grupos universitarios, las ong´s...pero parece ser que el hecho colectivo se me escurría de las manos, así que me hice solitaria por costumbre, como una aceptación de mi naturaleza.
El caso es que hoy se ha roto la maldición, y me he encontrado entre un grupo de chavales jovencitos, casi invisibles, a medio hacer y..¿dónde está la magia de la comunidad?¿por qué están todos tan serios, tan callados, tan modositos...? Y, sobre todo, ¿que hago yo aquí, entre ellos?

Nos han recibido a la alemana.
Un desayuno alemán, con pan alemán, con velas alemanas y golosinas cuidadosamente esparcidas alrdededor de unas servilletitas, nos han hecho colgarnos nuestros nombres en unas pegatinas, nos han distribuido por las mesas dándonos cartulinas de colorines diferentes, un grupo de alemanitas todas ataviadas con la misma camiseta nos ha dado la bienvenida graciosamente y se han ofrecido a organizar excursiones para nosotros...todo es tan suave que uno no se atreve a moverse por miedo a romper esta atmósfera tan correcta y bucólica.

Llueve, también llueve, el sol no se ve, creo que hace bastante frío, pero desde mi terraza se escucha por la noche el viento agitar los árboles, y de vez en cuando el sonido amortiguado de un tren y las ventanas sin persianas ni cortinas de la calle de al lado. En la cocina hay plantas, y una regadera, y pizarra y reloj y un peluche y un sofá, y postales, y todo es de madera así que da la sensación de estar dentro de un cuento. Y aunque haga frío o llueva, entran ganas de estar en la terraza...